domingo, 5 de enero de 2014

UN SUEÑO RECURRENTE


Foto y texto: Julio Amigo Quesada


Un sueño recurrente, se despertaba con esa mezcolanza de sentimientos, con esa mezcla agridulce del tiempo vivido favorablemente y de aquello que no pudo ser, que nunca fue y que nunca será.

El sol entraba por la ventana de su dormitorio, tibios rayos de ese sol primaveral que empiezan a calentar, pero que no molestan y su mente volaba a sus recuerdos de la infancia, recuerdos tristes algunos, alegres muchos. Nunca habían predominado los positivos, los alegres, los recuerdos festivos de una hipotética infancia feliz, todo lo contrario, en su mente, en la mente de Luis siempre habían sobresalido por encima de todo, los recuerdos tristes de un niño al que se le había pedido, antes de tiempo, que dejara de ser niño, aunque a los 5 minutos se le “machacara” con que era eso, sólo un niño…

Pero ahora era diferente, en su recuerdo, en sus ensoñaciones acudían motivos festivos. La luz del sol que se filtraba por la ventana le producía a Luis una benéfica sensación de paz consigo mismo, de cuando terminas algo y tienes la sensación de superación, de haber hecho lo correcto y de sentirse bien consigo mismo, el, que siempre había tenido la sensación de no llegar, de no haber cogido el tren adecuado, de haberse agarrado a muchas plataformas, pero que siempre acababa en una vía muerta.

Veía personas en sus sueños, mas nunca veía caras, nunca pudo Luis poner una cara a sus oníricos pensamientos, pero él sabía, el imaginaba, el intuía perfectamente quien o qué estaba detrás de esa máscara, pero su sueño nunca le devolvía un rostro, una faz que identificar. El dolor, quizá un elemento de protección, había tapado sabiamente la cara para no descubrir jamás. Ahora sus sueños benéficos tenían rostros angelicales, nada ni nadie en concreto, pero esas representaciones daban un color de beatífica paz.

Esa luz del sol, ese astro rey con su cíclica secuencia diaria, de salir, iluminar, dar brillo a todo lo que toca; siempre vio Luis en el sol algo especial, le llamaba la atención, sobre todo, su cíclica regularidad, siempre vio un espejo en ese sol, iluminar como “leiv motiv”, dar brillo a quien pudiera necesitarlo, y Luis negó esa cualidad, nunca pensó que él podría iluminar a nada y, por supuesto, a nadie. Su camino, su misión debía ser otra, que equivocado estaba.

Con esa perspectiva Luis había habitado este planeta, este rincón llamado mundo, donde el ofrecerse a los demás sin pedir nada a cambio no estaba de moda, no era “in”. Sufrió lo indecible, a la par que disfrutó de grandes momentos, intentos plenos de alcanzar la felicidad y no lo supo hasta ese momento, no aprendió hasta que su recurrente sueño apareció nuevamente, como fantasía onírica; y lo vio, sintió que su existencia, una vez que había encendido los candiles necesarios de su vida, debía tomar otros derroteros. Esta vez no habría tren, no habría plataforma a la que aferrarse, su tren era él mismo…

Y con ese sueño recurrente, con esa vuelta de tuerca de su mente inquieta, Luis supo, Luis aprendió a volver a ser el niño de sus fantasías, con una simple misión, recordarse que todos fallamos, que todos nos equivocamos, que todos en algún momento lastimamos; él se dio cuenta de ello, siempre lo supo, pero nunca lo admitió. Supo al fin que en ese sueño recurrente su misión fue ILUMINAR.

Publicado en "El hogar de las emociones por Ana Carmen Moruga. En este enlace "Un sueño recurrente"


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